Este plan, que es el llamado a cada uno de nosotros para la renovación de la Iglesia (y así del mundo), es el Triunfo.
Este plan de Nuestra Señora es simple pero intenso, como nuestro «SI», nuestro simple pero intenso «SI», dado por medio de nuestra consagración al Inmaculado Corazón de María, permite ponernos al servicio como un apóstol para su triunfo. Un «SI» que está listo para aceptar tanto las alegrías como las penas.
Hay muchos que hablan con frecuencia en «nombre de Ella»; sin embargo, son sus propias palabras las que quedan en sus labios.
Tenemos que hablar con «las palabras de Ella», a Ella debe permitírsele hablar a través de nosotros, por esta razón, para convertirse en un Apóstol para su Triunfo no es necesario título, calificación o conocimiento de vidente, ni cantidades de libros escritos o leídos, ni
los discursos pronunciados; la única petición de Ella es nuestra conversión a su Hijo, dar testimonio en cada ocasión, en cualquier tiempo y lugar, y tener el valor de no hacer proyectos: ¡ELLA LO HARÁ TODO!.
2º Día para la Consagración
3º Día para la Consagración
4º Día para la Consagración
5º Día para la Consagración
7º Día para la Consagración
8º Día para la Consagración
9º Día para la Consagración
10º Día para la Consagración
11º Día para la Consagración
Una promesa de amor en donde se le da todo lo que la familia es, tiene y hace a Jesús a través del Corazón Inmaculado de la Virgen María, para vivir plenamente entregados a la voluntad del Padre.
La familia se abandona en las manos de la Virgen María para que ella ejerza su papel de Madre espiritual, de Mediadora de las gracias, de Abogada y de Reina.
La meta final de toda consagración es Jesús; La Virgen María es el medio eficaz para alcanzar mayor unión con Cristo y es fuente de protección maternal contra Satanás.
Por medio de la consagración, los miembros de la familia han de llegar a ser como San José, totalmente dedicados a Jesús y a María. Deben pedir a Dios la gracia de vivir fieles a esta consagración, reconociendo que pertenecen a los Corazones de Jesús y de María, quienes han de ser el centro de cada aspecto de sus vidas, decisiones, relaciones, etc.
Permitirá a la Virgen Santísima usar libremente su poder de intercesión y de santificación para el crecimiento de su familia en la gracia.
La Virgen respeta la voluntad de cada uno y por eso espera a que la familia se consagre libremente para entonces ejercer su misión plenamente. Primero hay que abrir las puertas y luego responder fielmente a todo cuanto pide la Virgen para acercarnos al Corazón de Jesús.
La Virgen María será Fuente de Protección: Por la decisión libre que han tomado, su familia pertenece a al Corazón de María, y serán protegidos espiritualmente.
Les obtendrá gracias para vivir en la virtud y les ayudará a abrir sus corazones para vivir las virtudes que se encuentran en los Corazones de Jesús y María. Especialmente la humildad, la mansedumbre, el amor sacrificial, la pureza y la obediencia
También les ayudará a ejercer las virtudes que construyen y mantienen la unidad de familia, como la paz, el orden, el respeto, la delicadeza, el pensar primero en el otro, la abnegación, la comunicación y sobre todo la caridad.
Nada más ni nada menos que la propia Virgen Santísima.Ella a través de los videntes de Medjugorje, preparó un plan de preparación de 33 días, (33 es el número de años de la vida de Jesús, su Hijo amado) indicando las líneas maestras de cada uno de los días con mensajes para cada uno de ellos.
Ella invita a todo hombre o mujer que reciba este pequeño
libro para que se aliste en el ejército que ella está preparando para los tiempos finales que preceden al Triunfo definitivo de su Inmaculado Corazón, hecho que acaecerá irreversiblemente según los designios de Dios, tal como la Virgen de Fátima lo anunció en su momento. Los que llevan a cabo la consagración al Inmaculado Corazón de María, con una verdadera y sincera preparación, tal cual es solicitada por Ella misma y según sus propias palabras, transcritas en este libro, recibirán al Espíritu Santo en sus corazones y sus vidas se encaminarán hacia una santidad y perfección radical, bajo la protección especial de la Santísima Virgen. A partir del momento de la consagración, Ella los alistará en su ejército triunfador y formarán parte de su séquito el día del Señor. Sólo se requiere meditar cada día lo que la Santísima Virgen habla para cada uno de ellos, poner en práctica lo que Ella misma sugiere en sus locuciones y prepararse intensa y sencillamente con la mejor disposición de ánimo, confiados de que Ella nos ayudará para que realmente surja una verdadera conversión en nuestro corazón. Es una promesa que Ella tiene al que desee formar parte de su gran Ejercito Triunfador. Si a lo dicho se une la oración sincera de corazón, durante todo el periodo de preparación, la eficacia de esa oración estará garantizada por la propia promesa y palabra de la Santísima Virgen que está ya en el tiempo en que va a lograr aplastar definitivamente la cabeza de la serpiente infernal.
Si rechazas esta gracia particular, gratuita y no merecida por nadie y que Ella te está ofreciendo por medio de este libro, estarás renunciando voluntariamente a una de las más grandes y mejores oportunidades que Dios ha concedido para tu Santificación y Salvación final. Esta es una gracia y un don que el Corazón de Jesús tenía reservado únicamente para estos tiempos finales.
María vive la fe. No la tiene encerrada en un libro, ni se limita a vivirla en su vida privada. Siempre prudentísima, la Virgen María vive el amor y la confianza en Dios en cada ámbito de su vida.
Desde su sí al ángel, su matrimonio con José, el nacimiento de Dios en apenas un pesebre. Su salida decidida a ayudar a los más necesitados.
Es imposible no cuestionarse al verla salir a servir a su prima Isabel en lugar de quedarse a que la atienda porque ella iba a ser la Madre del Salvador, ¡la madre del Rey de Reyes!
¡Qué gran lección nos deja María! La fe se vive en los actos concretos de amor, de amor a Dios, en nuestras oraciones, en nuestra piedad personal, y también (y sobre todo) en los actos concreto de amor al prójimo.
Pidámosle a Nuestra Madre que nos eduque en poder vivir la fe en nuestro día a día, de maneras concretas, entregadas y sobre todo amantes.
Esta es la más pequeña de las virtudes, pero la más fuerte. Es el contagio de la esperanza: "¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!". No se trata de una fórmula mágica que haga desaparecer los problemas. No, esto no es la resurrección de Cristo. Es, en cambio, la victoria del amor sobre la raíz del mal, una victoria que no 'evita' el sufrimiento y la muerte, sino que los atraviesa abriendo un camino hacia el abismo, transformando el mal en bien: la marca exclusiva del poder de Dios" (Mensaje de Urbi et Orbi, 12 de abril de 2020). Con la Pascua, hemos conquistado "un derecho fundamental, que no nos será arrebatado: el derecho a la esperanza". Es una esperanza nueva y viva, que viene de Dios" y "pone en nuestros corazones la certeza de que Dios sabe convertir todo en bien, porque incluso de la tumba saca la vida
De todas las virtudes que estamos llamados a practicar, la del amor ardiente, a veces llamada caridad, es la más grande de todas. La Virgen practicó el amor en grado sublime y de dos maneras, pues el amor o la caridad tiene dos dimensiones. María, en todo momento y lugar, amó ante todo a Dios. Sin embargo, María expresó concretamente su amor a Dios mediante su ardiente amor al prójimo. En la Anunciación, a través de su Sí incondicional, María mostró su amor total y sin reservas a Dios. Al ir de prisa a visitar a su prima Isabel, María manifestó un gran amor al prójimo. Que podamos decir, a imitación de María y con palabras de San Pablo: «El amor de Cristo nos urge» (2 Cor 5,14). Que aprendamos este doble mandamiento, el amor a Dios y el amor al prójimo, y nos esforcemos por vivirlo a diario. San Juan de la Cruz afirma: «En el ocaso de nuestra existencia, seremos juzgados por el amor».
Una persona humilde reconoce que todo el bien que ha hecho, y que puede hacer, es resultado de la Presencia de Dios en su vida. María fue muy humilde al llamarse a sí misma la sierva o la esclava del Señor. Además, en su cántico de alabanza que llamamos Magnificat (Lc 1, 46-55), María afirma que Dios ha mirado con buenos ojos la humildad de su sierva. Pidamos a María un corazón manso y humilde para que, como ella, atribuyamos nuestros éxitos a Dios y nuestros fracasos a nosotros mismos.
Ninguno de nosotros puede decir que es paciente en todo momento, en todo lugar y en toda circunstancia. A diferencia de María, que manifestó una paciencia extraordinaria. Considera a María en su embarazo, recorriendo el largo camino hasta Belén y luego siendo rechazada: ¡qué gran paciencia! Perder al Niño Jesús cuando tenía doce años durante tres largos días antes de encontrarlo en el Templo: otra manifestación de paciencia heroica. Sobre todo, al acompañar a Jesús en su Pasión hasta su brutal Crucifixión y muerte, María manifestó una paciencia inigualable. Cuando nuestra paciencia sea puesta a prueba, pidamos ayuda a María. ¡Ella nunca nos fallará!
La perseverancia como virtud y valor humano, significa mantenerse firme y constante en la prosecución de objetivos, opiniones o actitudes autopropuestas y empezadas, para poder llegar al final y obtener los resultados previstos, que siempre llenan de satisfacción por alcanzarlos. Empieza con la firme decisión de hacer algo, aunque no se tenga ganas de hacerlo, ni placer en obtenerlo y continua mientras se hace hasta el final.
Todas las virtudes necesitan de la ayuda y complemento de la perseverancia, sin la cual ninguna podría ser perfecta, ni siquiera mantenerse mucho tiempo en la práctica. Pero también la perseverancia, tiene que estar acompañada de otras virtudes y valores humanos, como la firmeza y la constancia en el camino ya emprendido, para poder triunfar en los propósitos, metas, objetivos, trabajos y resoluciones de ánimo, que nos hayamos propuesto, pues es una virtud que ayuda a persistir en el ejercicio del bien, a pesar de la molestia u obstáculo que su prolongación ocasione.
Al dar su consentimiento en la Anunciación «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38), María mostró una admirable actitud de obediencia a la Palabra de Dios y de confianza en su santa voluntad. Cuando tengamos la tentación de rebelarnos y volvernos contra Dios, obedezcamos a Dios, por medio de las oraciones y el ejemplo de María, como María, y como Jesús, que «fue obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2, 8).